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domingo, 9 de agosto de 2020

Sí existe literatura leonesa

Uno de los argumentos que se suelen utilizar para desprestigiar lenguas minorizadas como el leonés o el aragonés es que no tienen literatura, al contrario que la superior, según ellos, lengua castellana. En primer lugar, debemos decir que, aunque fuese cierto, la ausencia de literatura escrita en una lengua no significa que esa lengua no exista o que sea un invento moderno (otro de los mitos sobre el leonés, aragonés, euskera, etc.). Los filólogos y otros estudiosos de la lengua y la cultura sabemos que la literatura oral es tan importante como la escrita, y la idea de inferioridad se basa en una actitud supremacista hacia culturas diferentes a la predominante en Occidente. Por ejemplo, las personas que comparten tal mentalidad son incapaces de aceptar que las lenguas khoisan tienen un sistema fonológico tan complejo como el del castellano, el alemán o el inglés, ya que cada uno de los chasquidos o clics se pronuncian de manera diferente y se pueden representar en AFI:

·         Clics dentales, AFI: [ǀ]

·         Clics laterales, AFI: [ǁ]

·         Clics bilabiales, AFI: [ʘ]

·         Clics alveolares, AFI: [ǃ]

·         Clics palatales, AFI: [ǂ]

En segundo lugar, estas personas desconocen que las primeras manifestaciones escritas en romance castellano no son literarias, sino notariales, pues en la Alta Edad Media la lengua de cultura era el latín (no por razones lingüísticas, como ya sabemos, sino porque la consideración de las lenguas vulgares fue un proceso que necesitó su tiempo).

La documentación notarial medieval es abundante, tanto en castellano como en las otras lenguas peninsulares, incluido el leonés, y ha sido ampliamente estudiada por las distintas generaciones de filólogos desde Menéndez Pidal hasta nuestros días.

¿De cuándo datan los primeros testimonios literarios de la Península Ibérica escritos en romance? Las jarchas, del siglo XI, serían las más tempranas manifestaciones en nuestro territorio. Se trataba de versos en romance mozárabe, extraídos de la lírica popular e insertados en las moaxajas por poetas cultos árabes y hebreos.

La lírica gallegoportuguesa, tan prestigiosa en su momento, vive su época de máximo esplendor en los siglos XIII y XIV, sin embargo, era primordialmente cantada y solo se empieza a recoger con regularidad en cancioneros a partir del XIV, aunque existen algunos manuscritos anteriores.  Es probable que las cantigas de amigo compartan con las jarchas y con otro tipo de composiciones líricas europeas similares un sustrato común y se remontarían a una época bastante antigua.

En cuanto al aragonés, uno de los primeros documentos escritos es la crónica Liber Regum, redactada seguramente entre 1194 y 1211 y que “[s]e considera el primer texto histórico de extensión considerable escrito en una lengua peninsular”[1]. Otro texto aragonés de notable importancia es el poema juglaresco Razón Feita d’Amor, de comienzos del siglo XIII (h. 1205).

Algo anterior es uno de los primeros testimonios literarios en lengua catalana, las Homilies d’Organyà, texto de carácter religioso compuesto a finales del siglo XII y descubierto a comienzos del XX en la iglesia de Santa Maria d’Organyà. Otra figura importante de la literatura en catalán que dejó su obra por escrito es Ramon Llull, del siglo XIII.

También encontramos literatura escrita en castellano en la Edad Media. Una de las manifestaciones más antiguas es el Cantar de Mio Cid. Si bien no tenemos clara la fecha de composición, la única copia conservada data, en opinión de algunos autores, de 1307, pues restituyen una C borrada en el manuscrito, firmado por Per Abbat en mill e CC XLV (era hispánica). En el caso de que esta teoría no sea correcta, el manuscrito habría sido elaborado en 1207. Pero esto no significa que no existiese una tradición épica anterior, solo que era de carácter oral, tanto en el caso castellano como, en general, en los cantares de gesta europeos, que eran cantados por los juglares.

La lengua leonesa abunda sobre todo en documentos notariales y en literatura de tradición oral, que, como hemos apuntado, es tan relevante como la escrita. En este artículo os expliqué que el leonés se va dejando de usar por escrito a partir del siglo XV, debido al prestigio otorgado al castellano, la lengua del centro de poder. Recordemos que la unión definitiva de los reinos de León y Castilla bajo la Corona de Castilla tiene lugar en 1230 y, aunque se sigue conservando el derecho y las costumbres particulares de cada reino, el castellano se impone como lengua de prestigio y la lengua leonesa perdurará en la literatura del XVI como mero elemento de folclore, como nos muestran las piezas teatrales de Juan del Enzina, Lucas Fernández…, que usarán el denominado sayagués para caracterizar a sus personajes rústicos.

No obstante, nos encontramos con obras fundamentales de la literatura hispánica[2] que son probablemente leonesas o, al menos, contienen leonesismos. Con respecto al Libro de Alexandre, no existe unanimidad sobre la lengua en la que está escrito. Menéndez Pidal y otros autores optan por la hipótesis de que fuese escrito originalmente en leonés, mientras que Joan Coromines, entre otros filólogos, cree que un copista leonés habría añadido los rasgos de su lengua a un original castellano.

El poema titulado Debate de Elena y María, conservado en un único manuscrito de enorme valor y compuesto en el siglo XIII, para Pidal, está escrito en leonés, aunque tiene presencia de elementos castellanos y gallegoportugueses.

El mismo autor considera otra obra relevante, el Poema de Alfonso Onceno, “una de las últimas obras de la literatura leonesa”. Escrito por Rodrigo Yáñez en 1348, se trata de una crónica en verso del rey Alfonso XI, bisnieto de Alfonso X “el Sabio”.

Ya he mencionado que la tradición oral es de tanta importancia como la literatura escrita. El origen de la lírica, la épica y el teatro no es escrito, aunque después se plasme en manuscritos e impresos. Uno de los géneros de gran riqueza de la literatura hispánica es el de los romances, predominantemente recitados de manera oral, si bien acabó surgiendo un interés por conservarlos por escrito. Este género se ha desarrollado especialmente en las culturas castellana, sefardí y leonesa, como pone de manifiesto para esta última la antología de David Álvarez Cárcamo.

Una de las causas de que se hayan conservado las composiciones orales leonesas a lo largo de los siglos es la costumbre del filandón, una reunión que tiene lugar por las noches y en la que se cuentan cuentos y leyendas, romances, etc. alrededor de un fuego mientras los vecinos y vecinas realizan tareas artesanales. El filandón perdura hasta nuestros días y ha sido declarado Bien de Interés Cultural por las Cortes de Castilla y León.

Con toda esta información, hemos demostrado que la creencia de que una comunidad que no pone por escrito su literatura no es inferior a aquellas que sí lo hacen. De hecho, existen lenguas ágrafas y no por ello son inferiores a las culturas que tienen escritura. Pero es que es mentira, como he leído estos días y como se suele argumentar erróneamente cada vez que se toma cualquier medida a favor de las lenguas minorizadas, que no exista literatura leonesa escrita. Y lo mismo se puede aplicar a la aragonesa. Estas lenguas corren especial peligro en nuestros días debido al nacionalismo lingüístico español, a la globalización, al abandono del mundo rural, etc. Sin embargo, existe entre las generaciones jóvenes un interés en recuperar la lengua y la tradición de sus padres y abuelos. Desde el ámbito político, quizás no se hace lo suficiente por estas lenguas, ya que, como digo, cada medida se recibe por ciertos sectores con desaprobación y agresividad verbal basada en falsas creencias. Por eso es fundamental ofrecer datos y argumentos sólidos que contribuyan a ofrecer una consideración social positiva de estas lenguas.



[2] Utilizo aquí la primera acepción del DLE: “Perteneciente o relativo a la antigua Hispania o a los pueblos que formaron parte de ella”, lo que engloba las distintas lenguas peninsulares y no hace referencia solo al castellano.

miércoles, 5 de febrero de 2020

La castellanización del leonés escrito


En este artículo os hago un resumen y comento algunos aspectos de <<Del leonés al castellano>>[1], de José Ramón Morala, director de la Cátedra de Estudios Leoneses http://cele.unileon.es.

El profesor Morala utliza como fuente los documentos notariales, porque facilitan la identificación de <<los pasos que marcan un cambio lingüístico en marcha>>, y se refiere a la castellanización del leonés escrito, pues esta no se da en el mismo grado en la lengua hablada. Sí que es cierto que hubo una gran diferencia entre el ámbito rural, donde se conservan mejor los rasgos leoneses, y el urbano, debido a que el habla prestigiosa llega más fácilmente a este último. Se han establecido, además, distintas áreas geográficas que distinguen zonas más conservadoras de las más castellanizadas, en las que se centra este estudio. Las áreas de mayor castellanización se sitúan en el este y en el sur del dominio leonés,<<entre la Cordillera Cantábrica por el norte y el río Duero por el sur>>.

Aprovecho para comentar que uno de los mitos más extendidos es el de que lo que se habla en los pueblos, especialmente en zonas aisladas, es inferior, es habla de paletos, el resultado de la falta de cultura. Nada más lejos de la realidad. Todo esto parte de las creencias y actitudes que tienen los hablantes en una situación de diglosia en la que conviven la lengua de los poderosos con una lengua minorizada y estigmatizada por estos a través de distintas vías, como la Administración, la enseñanza, los medios de comunicación... No habría incultura, entonces, sino que es la cultura dominante la que no llega tan fácilmente a estas zonas.

Por desgracia, aunque ahora ya se empiezan a usar (en unas comunidades más que en otras) las distintas lenguas maternas en ámbitos públicos, ese mito pervive, algo a lo que contribuyen las redes sociales que, como todo, tienen su aspecto positivo (mayor visibilización de lenguas y variedades minorizadas, sentimiento de solidaridad, etc.) y su aspecto negativo (difusión intencionada o inconsciente de falacias).

Volvamos al texto que nos atañe. José Ramón Morala comienza enumerando los rasgos del leonés de finales del siglo XIII y comienzos del XIV, cuando ya había una larga tradición de documentos notariales redactados en esta lengua. Estos son algunos de los más característicos[2]:
  • Diptongos /ua/, /ue/, /uo/ y /ia/, /ie/ procedentes de /Ĕ/ y /Ŏ/tónicas latinas: nuastros, nuestros, nuostros; bian, bien.
  • Diptongación ante yod: vuecho ‘ocho’; uey, vuey ‘hoy’.
  • Presencia de /i/ epentética: criancia, setenbrio, dezembrio...
  • /y/ proveniente de /-LJ-/ latina (grupo L+yod intervocálico): conceyo frente al gallego concello y el castellano concejo/conceio (la “j” y la i” representaban un fonema medieval que no conservamos, el fricativo prepalatal sonoro /ʒ/, que después evolucionó a la actual jota /x/.
  • Pérdida de /y/ intervocálica en palabras como mao ‘mayo’.
  • Diferentes palatalizaciones de los grupos /PL/, /KL/ Y /FL/ latinos en posición inicial e intervocálica: PLANO > chano, llano, xano (esta última lleva el fonema fricativo prepalatal sordo /ʃ/.
  • Conservación del grupo -MB-: lonba, palombar, plonbo...
  • Palatalización de /l-/ inicial: Lleón, lleer, llabrar, lluego...
  • Contracción de preposición y artículo: ena, enna, eno, enno, cona, pellos, polo...
  • Diptongación en algunas formas del verbo <<ser>>: ye/yes < ĔST; yera, yeran...
  • Lo mismo para la conjunción copulativa ye/ya < ĔT.
  • Formas verbales analógicas con el singular:
  • La primera persona del plural del pretérito perfecto simple de indicativo: mandemos con una /e/ analógica (yo mandé, nosotros mandemos).
  • La tercera persona del plural del mismo tiempo: comproron con una /o/ analógica (él/ella compró, ellos/ellas comproron).

No he incluido todos los rasgos que aparecen en el texto para no alargarme, pero si tenéis interés, podéis consultarlos directamente en el libro que he citado en la nota 1.

A partir del siglo XV, los rasgos leoneses han desaparecido casi por completo de los documentos notariales (insisto en que esto no significa que también desapareciesen de la lengua hablada, pues son registros diferentes). Ahora bien, el cambio se da de manera paulatina: <<los notarios parecen ir reemplazando poco a poco cada uno de los rasgos>>. Y esto, explica Morala, se debiese probablemente a que estaban cada vez más marcados <<diatópica y diastráticamente>>.

Ya os he comentado en ocasiones cómo a medida que el poder se centraliza cada vez más, hay una tendencia homogeneizadora y se acaban imponiendo la lengua y los usos lingüísticos de la Corte, que adquieren prestigio frente al resto, que son estigmatizados.

Por otro lado, también es posible que aunque en algunos ejemplos se diese preferencia a la grafía castellana, esto no significa que estuviese representando la fonética castellana, así que desconocemos si en palabras como concejo o fiio ‘hijo’ la pronunciación era la castellana /ʒ/ o la leonesa /y/.

Con el paso del tiempo, además, se pierde incluso la marca diatópica (geográfica) y pasa a ser una marca diastrática, esto es, de clase social. Un ejemplo es el uso que hacen algunos autores como Juan del Enzina o Lucas Fernández para <<caracterizar el lenguaje de los pastores>>.

Sería interesante buscar algún estudio sociolingüístico que analice la situación del leonés con respecto al castellano en esta época para comprobar con más detalle cómo se dio este proceso.





[1] MORALA, José Ramón, <<Del leonés al castellano>>, en Historia de la lengua española, de Rafael Cano (coord.), Barcelona: Ariel, 2004.
Por desgracia, algunos de los mejores estudios del leonés y del aragonés forman parte de obras en las que aún pervive el nacionalismo lingüístico español y que se basan en el mito de que estas lenguas se acabaron convirtiendo en dialectos del español (como afirma Inés Fernández-Ordóñez), algo desmontado por Juan Carlos Moreno Cabrera. Este hecho no resta valor a tales estudios.
[2] Los ejemplos los copio de Morala.