Poco antes de entrar en el siglo XXI, la RAE actualizó su
lema, debido, en apariencia, a un cambio en su enfoque principal y en sus
motivaciones. Se pasó, entonces, del mítico <<Limpia, fija y da esplendor>>
al moderno <<Unifica, limpia y fija>>. Ahora bien, ¿qué
motivaciones subyacen detrás de estos tres verbos? Juan Carlos Moreno Cabrera,
de manera tan lúcida como siempre, nos ofrece un pormenorizado análisis[1] de la
ideología que hay detrás de la RAE del siglo XXI, que, en realidad, no ha
variado demasiado con respecto a aquella bajo la que se fundó.
La interpretación moderna del lema apareció en el prólogo de
la ortografía de 1999, junto con una explicación según la cual, la RAE había modificado
su objetivo principal:
<<La Real Academia Española ha elevado a la categoría de objetivo prioritario en los estatutos vigentes el de «velar porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico». Quiere esto decir que nuestro viejo lema fundacional, «limpia, fija y da esplendor», ha de leerse ahora, más cabalmente, como «unifica, limpia y fija» y que esa tarea la compartimos, en mutua colaboración, con las veintiuna Academias de la Lengua Española restantes, las de todos los países donde se habla español como lengua propia>>.
Además, según han afirmado desde entonces en distintas
publicaciones, su cometido no es el de decirle a la gente cómo tiene que
hablar. La norma, nos dicen en el Diccionario Panhispánico de Dudas de
2005, <<no es algo decidido y arbitrariamente impuesto desde arriba: lo
que las Academias hacen es registrar el consenso de la comunidad de los
hispanohablantes y declarar norma, en el sentido de regla, lo que estos han
convertido en hábito de corrección, siguiendo los modelos de la escritura o del
habla considerados cultos>>. Es decir, la institución tan solo fija los usos lingüísticos de
la gente. Pero al final del párrafo citado ya nos encontramos con un problema
de origen ideológico: ¿quién convierte en hábito de corrección tales
usos lingüísticos? Una élite culta. Esto significa que el modelo de buen
hablar viene marcado por la clase dominante, pues esta es la que sabe hablar
y escribir bien.
Tal como expliqué en el siguiente vídeo, la RAE sigue un
criterio subjetivo, basándose en la identificación mítica de la lengua natural
con el estándar, que es una elaboración artificial. Así, etiqueta de incorrectos
usos de la lengua natural, de los hablantes reales, que, en muchos casos son
fruto del cambio lingüístico, un fenómeno también natural, mientras que toma
como modelo de buen hablar usos minoritarios extendidos solo entre la
élite dominante (precisamente un ejemplo que nos pone es la pronunciación
esdrújula de la palabra francesa élite, que surge de interpretar el
acento francés como si se tratara del castellano).
Por lo tanto, de sus propias palabras (pero no solo de
estas) deducimos que es falso que hayan renunciado a su labor prescriptivista.
Otra de las incongruencias de la RAE la encontramos en su afirmación de tener en cuenta los usos del español de América, de tal manera que no solo se recogen en la ortografía, el diccionario, etc., sino que estas obras se elaboran junto con el resto de academias de la lengua española. Sin embargo, la RAE se sigue presentando como órgano rector de la ASALE, y no solo esto, sino que, además, continua mostrando rasgos incuestionablemente mayoritarios entre el conjunto de hispanohablantes como una excepción a la norma, como es el seseo frente a la distinción entre /θ/ y /s/. Tratan tal rasgo como si fuese una deformación de la distinción /θ/-/s/, cuando en realidad el origen de la diferencia es un fenómeno, una vez más, natural, cuya causa fueron las distintas soluciones que se dieron durante el reajuste fonológico del sistema de las sibilantes, en los siglos XVI y XVIII, el cual también dio lugar al estigmatizado ceceo.
Es decir, hay una abrumadora mayoría de hablantes que
pronuncian casa y caza con /s/ y otros dos grupos, mucho más
reducidos, de los cuales uno pronuncia de manera distinta casa y caza
y otro pronuncia ambas con /θ/. Habría que añadir
que algunos lingüistas han propuesto ortografías en las que ambos fonemas estén
representados tan solo por la grafía “s”, pero no digamos esto muy alto, no sea
que sumamos en el espanto a los doctos académicos.
¿Qué ideología subyace tras estas decisiones? El panhispanismo, que Moreno Cabrera define en su glosario final como un tipo de nacionalismo lingüístico, según el cual <<la lengua española es el fundamento de una patria cultural común de más de cuatrocientos millones de personas>>. En los comienzos de esta ideología, se proponía a España como el eje central de la norma común, lo cual ha intentado ocultarse, poniendo como excusa términos lingüísticos totalmente tergiversados a propósito, como es el de koiné, cuyo significado real podéis leer aquí:
Moreno Cabrera describe en su artículo dos posibles modelos
de entendimiento en una comunidad:
1) Imponer una única forma de hablar para todos
2) Aprovechar proximidad de las formas para favorecer la
intercomprensión: esta proximidad se da en las lenguas iberorromances, no así
en el euskera, lo cual no impide que, con un mínimo de empeño, podamos llegar a
entendernos los hablantes de lenguas iberorromances y los euskaldunes sin que
el euskera sea minorizado.
Pues bien, el nacionalismo lingüístico español no solo se
decanta por la primera opción, sino que, además, ha llevado a cabo -y continúa-
una campaña de denigración del plurilingüismo, como si fuera el colmo de los
males, una amenaza para la cohesión social, como si al hablar cada uno
su lengua materna nos fuésemos a liar a cachiporrazos. Otra vez un mito, el de
Babel, que nada tiene que ver con lo que nos muestra la lingüística.
Podríamos decir que el panhispanismo es la expresión
transoceánica del nacionalismo lingüístico español (basado este en el
imperialismo cultural), pues ya no solo es que haya que imponer el castellano a
todo el territorio español, proyecto que, mal que les pese, nunca van a ver
culminado, sino que, además, tienen que imponer la forma de hablar de la zona
en la que se concentra el poder político al continente americano. Esa es la
razón por la cual consideran la distinción /θ/-/s/ como la predominante,
negando la realidad.
Esto sucede porque el Estado español no quiere perder el
dominio sobre las antiguas colonias. La razón por la que lo hacen de manera
encubierta es sencillamente la necesidad de no perder su autoridad:
<<Como sostiene del Valle, por otro lado, es necesario disociarse del colonialismo del pasado para que la docta institución pueda adquirir una legitimación cultural de fundamentación lingüística basada en los criterios de la sociedad moderna, que ha sido en alguna ocasión bautizada como hispanofonía>>.
Pero, si ahondamos aún más, nos encontramos con intereses
políticos y económicos:
<<Esa afinidad cultural, sicológica y afectiva basada en la lengua común no es ni más ni menos que esa ideología lingüística a la que yo me refiero como hispanofonía. […] Es en este contexto, ante la fragilidad inherente a la hispanofonía, en el que los gobiernos españoles y los líderes empresariales movilizan estratégicamente las instituciones lingüísticas y culturales para asegurarse de que la presencia de los agentes económicos españoles en América Latina sea percibida no como la versión posmoderna de la vieja relación colonial sino como «natural» y «legítima»>>. (J. del Valle, 2007)[2]
Es decir, tras toda la palabrería con la que construyen los
distintos mitos en los que se apoya el nacionalismo lingüístico, lo único que
es interés económico y de control. Y, para alcanzar sus objetivos, no les importa
que desaparezcan lenguas, que las personas vean dañada su autoestima al ser estigmatizadas
por su forma de hablar, etc., etc. Hemos de entender esta ideología como un
tentáculo más del modelo de producción actual, basado en la misma dinámica y que
no tiene ningún reparo en destruir bosques, llevar a la extinción a multitud de
especies, etc. con tal de seguir acumulando riqueza y, sobre todo, poder. Pero,
al igual que la RAE (brazo del Estado español) disfraza sus intenciones sirviéndose
de un lenguaje buenista, lo mismo hace el capitalismo, que, en su
reformulación moderna, ahora finge ser verde, sostenible, inclusivo,
para no perder su legitimación ante la gente y poder seguir haciendo de las
suyas.
[1]
Moreno Cabrera, Juan Carlos (2011). «“Unifica, limpia y fija.” La RAE y los
mitos del nacionalismo lingüístico español», en S. Senz i M. Alberte: El
dardo en la Academia, Barcelona: Melusina, vol. 1, pp. 157-314.
[2] Valle, J. del (2007). «La lengua, patria común: la hispanofonía y el nacionalismo panhispánico», en
J. del Valle (ed.) (2007): La lengua, ¿patria común?, Madrid: Vervuert
Iberoamericana, pp. 31-56.